lunes, 27 de diciembre de 2010

Día de los Inocentes

Mañana es el día de los Santos Inocentes y en nuestra España es cuando se gastan bromas a todo el mundo. Es una tradición arraigadísima.
La verdad es que ya desde pequeña me inquietaba esta costumbre porque no entendía (y así sigo) la relación entre una matanza de niños y hacer bromas... ¿Para celebrarlo? No me extrañaría. Los mayores siempre han temido la competencia de las nuevas generaciones... Salvo que consideremos que esa sí que es una broma cojonuda, ¡que te maten! Me temo que este será siempre uno de los misterios que rodean mi vida.
Pero vayamos a las bromas en sí mismas. Reirse de alguien que está en inferioridad de condiciones porque no tiene la información del bromista es, sencillamente, de gentes que... Vamos, que no se van a caer en los escalones de la Nasa. Y de malos. Burlarse del débil es miserable. Pero en el caso de las bromas es peor porque tienen una mala baba suprema. Veamos. Las bromas pueden molestar o incluso doler bastante. Esto lleva a pensar que son agresiones encubiertas, socialmente aceptables (Freud dixit). Pero lo peor es el efecto en la víctima: si la acepta, se tiene que aguantar con la maldad del bromista. Y si protesta, no consta como que el bromista es un cabronazo, sino que él no tiene sentido del humor. La víctima no tiene salida, siempre pierde. Digamos que se ha institucionalizado el DÍA DE LA MALA LECHE. ¡Y nadie protesta, ni reclama derechos humanos para estos pobres damnificados, ni se firman manifiestos..! ¡Vamos, que ni Wlly Toledo se manifiesta! ¡Dios mío, seguimos en Atapuerca!
En fin, lo dicho es traspolable a las novatadas. Lo mismo un día escribo sobre ellas... De momento voy a abrir la ventana porque me parece que me han puesto una bomba fétida...¡Ah, no! Eramos yo y mi fabada...

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