sábado, 22 de enero de 2011

Enfermedad

He estado muy malita todo lo que llevamos de 2011. Ya imaginaba que este año sería aciago, pero no esperaba que lo fuera tanto. Al menos he aprendido algo de verdad: valorar la salud. Sinceramente, siempre he hablado de la importancia de la salud, pero en realidad nunca me lo he creído, como mi cuerpo demuestra sobradamente y quienes me conocéis sabéis bien. Esta vez, sin embargo, me he dado cuenta de que es importantísima. El procedimiento de toma de conciencia no podía haber sido mas brutal para una hedonista como yo: me ha privado de los placeres de la vida durante ¡20 días!: No tenía ganas de sexo con mi pareja (¡impensable!), la cerveza me amargaba demasiado, la comida me sentaba fatal (¡me daba miedo comer!), la tele ni la ponía, el ordenador ni lo he mirado y me aburría leer. Añadamos a ello naúseas, deshidratación y colitis...Si me hubiera muerto, no me hubiera sorprendido. De hecho, en momentos pensaba que sucedería y esto no era lo peor sino la sensación de pérdida, de haber sido despojada de lo mío, de mi pequeña felicidad que es la felicidad a find de cuentas. De pronto no tenía nada, no quería nada de lo que había sido importante para mí, pero sin sustituto alternativo. La nada acompañada de vómitos y amargor de boca (y alma). Desolador. Aterrador. La enfermedad es una putada inmensa y hay que luchar contra ella. Yo estoy decidida a hacerlo: voy a emprender una gran tarea de lucha contra mi obesidad, empezaré a hacer algo de ejercicio y a comer alimentos naturales.
Aún me encuentro muy débil y me falta un tiempo para encontrarme realmente bien, pero la mejoría es evidente. Y pienso seguir en esta línea. O disfruto de la vida como antes o mejor morirme. Vegetar, nunca. No soy alfalfa.

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